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Escuchar
a Mozart era tan placentero para ti, tan relajado... pero, ahora, sin
embargo estas metido en tu propio hoyo, estas metido y aprisionado en
tu maldita conciencia que ni mirar a los ojos de tu esposa ni de ti
hijo puedes, ni decir palabras sinceras, ni expresarte libremente,
porque tus actos apestan, te dejaste llevar por el miedo y ni
siquiera sabes quien eres, sabes que haces?, no, ni siquiera tu
propia sombra te hace pensar. Tu esposa te dijo alguna vez que lo
dejaras, pero tú, como lo ibas a dejar? Era tu deber y tu inerte
trabajo. Ahora ya no entiendes que es moral y ni siquiera te
entiendes ni sabes que eres; lo que sí sabes es que el maldito
Coronel no te dejará en paz, y que tampoco se meterá en trabajos
sucios porque tú y tus compañeros son los manipulados por él.
Lamentablemente llegas a tu casa exhausto, tenso, alterado y a la vez
asfixiado de ti, escuchas el silencio y pones para aliviarte a
Mozart, pensaste que sería lo mismo: relajante y placentero, pero
ahora no lo puedes escuchar porque la música, los violines y todo lo
demás se vuelven cada vez más agonizante y ingresa a tu cabeza,
luego entra en tu mente y es inevitable poder escuchar los
sufrimientos, los gritos de los malditos presos, dirías tú, y...
apagas la música, ya no puedes pensar y prefieres no hacerlo.
Después de una larga pausa tu hijo de ocho años llega a tu casa, se
acerca, es irremediable no lo puedes ver, peleas contigo mismo, al
final de todos tus esfuerzos lo miras, con esa mirada hipócrita,
despreciable, fingiendo que todo esta bien y que él nunca se
enterará de lo que haces, pero no te lo esperabas que tu hijo
comenzaría a preguntar, tu comienzas a darle excusa, te quedas
atónito, la vedad es que no te lo esperabas, pues han cambiado los
roles, tú ya no era el que preguntaba.